El presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, dijo el viernes que la intervención de Estados Unidos fue la responsable del derramamiento de sangre en Oriente Medio, llegando así a una sabia y oportuna conclusión para gestionar la vigente disputa sobre el Mar Meridional de China.
Al subrayar la relación entre la intromisión de Washington en los asuntos regionales y la estela de disturbios que deja tras de sí, Duterte ha dado un gran salto adelante en comparación con la anterior administración filipina, que se apresuró a invitar a EEUU al estratégico mar.
Sin embargo, ser consciente de la agenda oculta de Estados Unidos no es suficiente. Manila debería ahora revocar su anterior decisión de usar a Washington y a un tribunal de arbitraje como palancas para obtener beneficios territoriales, una medida contraproducente por su peligrosidad.
En la política internacional, es de sentido común que los asuntos regionales se queden en la región. Existen casos incontables que demuestran que la injerencia extranjera sólo aumenta la tensión y complica las disputas regionales, lejos de contribuir a una solución constructiva.
Quizás algunos políticos filipinos esperan que Washington incline la balanza a su favor, pero es obvio que este cálculo miope pasa por alto los casos de Afganistán y Oriente Medio, regiones devastadas como resultado de la notoria intromisión estadounidense.
Filipinas debería regresar a la mesa de negociación con China en busca de un acuerdo bilateral aceptable para ambas partes.
La disyuntiva entre un camino de confrontación, conflicto y riesgo económico, y uno de amistad, paz y prosperidad, es fácil de resolver.
El secretario de Asuntos Exteriores filipino, Perfecto Yasay, ha comentado que Manila quiere entablar negociaciones directas con Beijing. Es un buen punto de comienzo, pues está en consonancia con el pasado acuerdo entre los dos países de resolver las disputas a través del diálogo.
El consenso entre Beijing y Manila de no efectuar “declaraciones provocadoras” es otra señal optimista de que ambas naciones están cambiando su trayectoria de animosidad por otra de diálogo.
China siempre ha defendido con firmeza su compromiso de solucionar la disputa mediante negociaciones bilaterales y considera que, sólo bloqueando la intervención extranjera, la solución podrá reflejar la voluntad e intereses de los dos países.
Ahora que tanto China como Filipinas reconocen la amenaza de la injerencia estadounidense, la decisión de evitar la intromisión extranjera y mantener el Mar Meridional de China como un mar de paz y prosperidad debería ser tan firme como siempre lo había sido.
