Jorge Eduardo Navarrete*
La visita del primer ministro de China, Li Keqiang, a tres países de América del Sur, cuyo centro de gravedad se situó, como era de esperarse, en Brasil, marca, para todo propósito práctico, el lanzamiento de una segunda fase de la colaboración comercial, económica y financiera entre el subcontinente y la que es ahora la mayor economía del mundo—en cuanto a la magnitud de su producto interno bruto, convertido a dólares internacionales y calculado a precios constantes y a paridad de poder adquisitivo—. Como se sabe, la visita incluyó otros tres países del área y cubrió una agenda más amplia que la meramente económica, pero su trascendencia se centra en ésta y se concentra en Brasil, en momentos en que el diálogo político propiamente dicho entre partes tan dispares demorará aún cierto tiempo para volverse realmente significativo. Temas económicos, Brasil y segunda fase de la cooperación son las tres claves para apreciar la proyección del periplo del primer ministro y sus probables desarrollos en el resto del decenio.
Por lo menos desde principios de siglo, a lo largo de tres lustros, se había desenvuelto la primera fase de la relación sino-suramericana. Ésta no se extendió, ni en intensidad ni en alcance, al conjunto de la región latinoamericana, con el vigor y características que pronto la distinguieron en la región sur. En la porción septentrional de América Latina no existían, ni existen, las masivas capacidades de exportación de alimentos, materias primas agrícolas y recursos minerales que el voraz apetito chino demandó en esos primeros lustros, acicateado por un crecimiento muy acelerado, que ahora se ha moderado y ha limitado también su rápidamente creciente demanda de esos bienes primarios. El mayor país del norte latinoamericano, inserto como se halla en Norteamérica, tuvo que atender a un sector menos dinámico, que, sobre todo en el campo de los artículos industriales de consumo y en algunos insumos industriales y bienes terminados, se vio siempre limitado por ecuaciones de competencia, más que de complementación recíprocas. Así, desde su primera fase, la relación entre China y América Latina ha estado dominada y ha sido regida por los vínculos con los países del sur, en especial la gran economía suramericana, la mayor del conjunto de la región: Brasil.
La relación estuvo signada, a lo largo de su primera fase, por lo que algunos economistas latinoamericanos caracterizaron como la “reprimarización” de las exportaciones sudamericanas a China y por la apertura de mercados—de consumo, de insumos y de equipo—a los productos chinos y de recepción de las inversiones directas y, en menor medida pero desde luego importante y significativa, de los créditos provenientes de la potencia asiática. El decenio que media entre el inicio de la Gran Depresión, en 2008, y finales de la segunda década del siglo será, para la región, una segunda década perdida. La pérdida de dinamismo económico y el estrechamiento del crecimiento potencial hubieran sido mucho más graves sin la demanda china de importaciones y la oferta china de créditos e inversiones. Esta especie de segunda edición de los patrones del intercambio desigual no podía prolongarse demasiado, ni desde el punto de vista de China ni desde el de Sudamérica.
En China se instauró, mediado el decenio, la “nueva normalidad”: giro al mercado interno como principal motor de impulso; crecimiento más moderado, aunque rápido; uso más productivo y eficiente de las materias primas y los recursos naturales, en especial los no renovables, y mayor cuidado y protección del ambiente, en China y en los países de los que China obtiene suministros primarios. Así, fue el propio giro de la política económica de China el que dictó la necesidad de llevar a una segunda fase la colaboración económica con América del Sur. En el subcontinente mismo, sobre todo en sus países mayores, se advertía también la necesidad de clausurar la fase reprimarización de sus exportaciones a China, en procura de abrir una segunda fase, más equilibrada, más diversificada, más recíproca. Una segunda fase en que las inversiones conjuntas, los intercambios tecnológicos, los grandes proyectos de infraestructura constituyan la nueva columna vertebral de la colaboración.
Más allá de los indicadores de balanza comercial, corrientes de intercambio y cifras puntales de inversión directa, es esta segunda fase—con toda su complejidad y toda su promesa—la que ha abierto estos días en Brasil y otros tres países de Sudamérica la visita de Li Keqiang. Cabe esperar que las dos partes, pero sobre todo la suramericana, estén a la altura del desafío.
*Jorge Eduardo Navarrete López es un economista y diplomático mexicano. Ha desempeñado el cargo de embajador en diversos países y misiones mexicanas. Licenciado en Economía por la UNAM, Navarrete López fue Presidente de la Sociedad de Ex Alumnos de la Facultad de Economía de la UNAM. Ha sido, además, investigador del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM y del Centro de Estudios China-México (Cechimex) en la Facultad de Economía de la UNAM. Ha sido Embajador de México en Venezuela, Alemania, Naciones Unidas, China, Chile, Brasil, Austria y Yugoslavia, además fue Subsecretario de Políticas y Desarrollo Energético de la Secretaría de Energía.